martes, 17 de julio de 2012

Crónicas del autobús



Hace algunas semanas mientras viajaba en el autobús que me lleva a casa fui testigo de una escena bastante... peculiar.

Es bien sabido que los asientos de adelante del camión están reservados para personas con alguna discapacidad, para ancianitos o mujeres embarazadas, sin embargo la gente no tiende a respetar esos lugares. Y eso pasó cuando se subió una señora con una pequeñita; sentó a la niña en el primer lugar al lado de un viejecito y ella se colocó en el asiento de atrás. Era una niña muy bonita de unos seis años, de hermosos ojos azules y cabello oscuro. Su madre lucía basante impaciente, probablemente ya iban tarde a donde sea que debían llegar.

Varias paradas más adelante se subió una señora bastante mayor cargando con algunas bolsas de mandado. Tuvo que recorrer el pasillo haciendo malabares y tratando de mantener el equilibro; me puse en pie, le ofrecí el lugar y le ayudé a acomodar las bolsas en su regaso y otras en el suelo. Ella agradeció y con una sonrisa le contesté que no era nada. El único asiento libre que quedaba estaba hasta el fondo del autobús pero preferí quedarme de pie. 

Iba más o menos a la mitad del vehículo y escuché perfectamente cuando el señor del primer asiento le preguntó a la niña:
-¿De qué estás malita tú? Yo tengo esta pierna lisiada así que me cuesta algo caminar, aunque ya le voy agarrando el modo-le guiñó un ojo-¿Qué hay de ti?
-Pues yo no... 
-Anda muy débil y se cansa muy pronto-contestó rápido su mamá-, el doctor dijo que si seguía así teníamos que hacerle estudios.
El hombre asintió, comprensivo de la situación.
-Pues esperemos que no sea nada, que triste sería que una criaturita tan bonita sufriera algo de gravedad-y le tocó la cabeza.
-Pero es que yo no tengo nada malo, a mi no me pasa nada-se apuró a desmentir ella, con la inocencia de un pequeñito al que se le ha enseñado que mentir es malo.
-Sí, acuérdate como te sentías esta mañana.
La niña miró a su madre, desconcertada. 

El hombre sacó un pañuelo del bolsillo de su camisa, se enjugó la frente y luego miró a la señora y le dijo:
-Hay una frase... "los niños y los borrachos siempre dicen la verdad". ¿La ha escuchado?
La mujer pareció sorprendida, pero no contestó.
-¿Está usted borracha? Porque queda claro que ella es una niña-agregó con una sonrisa.
La pequeña miraba a uno y luego a la otra sin terminar de comprender que estaba sucediendo.

El camión volvió a parar y más gente subió. La señora se puso en pie, tomó a la niña de la mano y la jaló hasta el fondo. Ahí se sentó y subió a la niña sobre sus piernas.

La verdad no pude evitar sonreír maliciosamente y mirar al avispado viejito. Él respondió a mi sonrisa y acto seguido le gritó al chavalito que estaba cuatro asientos detrás de él.
-¿Y tú que tienes? ¿También tienes las piernas débiles, o nada más se te murió la caballerosidad?

Entonces sí, no pude evitarlo y solté a reír a carcajadas.


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