miércoles, 20 de julio de 2011

"Rico's Pizzas" ( part. 1)

La pantalla del ordenador mostraba la misma página desde hacía casi diez minutos ya.
-Gabriel Rodarte tiene una relación con Isadora Valles-leyó por milésima vez, y sintió como el último trocito de su corazón caía hecho pedazos.
-Me voy con Alejandro-le dijo su mamá asomando la cabeza por la puerta de la habitación.

-Ok-contestó sin ánimos. Y su mamá lo notó.
-Ya te pedí la pizza, y ¿Por qué no llamas a Lisa para que venga a visitarte? No sería viernes de pizza si te quedas tu sola ¿verdad?
El viernes de pizza era ya como una tradición familiar; cada viernes, desde que su padre se fue hacía ocho meses. El lago de los cisnes jamás volvió a significar lo mismo para Montserrat desde aquella fatídica noche en que a su padre le tocó dirigir la orquesta que acompañaba a la compañía de danza del estado; ¿cómo iban a saber ella y su madre que el sujeto caería en las redes del maldito cisne negro? Desde entonces Montse aborrecía al ballet con toda su alma y su ser. Pero aquel recuerdo no hacía más que encogerle el corazón, aunque en ese momento no surtía efecto, puesto que dicho órgano estaba ya total y completamente destrozado.

-¿Montse?-la llamó su mamá.
-Ah, sí. Ya le hablo.
-Entonces te veo al rato-le mandó un beso por el aire, sonrió y se fue. Ella ni siquiera intentó atraparlo.
Tomó el teléfono, se sentó a la orilla de la cama y marcó el número que ya se sabía de memoria. Escuchó esa voz que le era más que familiar, dio un breve saludo e hizo la invitación.
-¡Aahhhhh! ¡Claro que voy! Además amiga, tengo
que contarte algo de vital importancia: ¡conocí a un muchacho! No no no, ¡un dios amiga, un dios! Te cuento todo en cuanto llegue ¿ok Montse?
"Lo que me faltaba" pensó ella.
-Ok. Aqui te esperamos la pizza y yo, ¡besos!
Apenas colgó el teléfono se dejó caer en la cama; pero que ironía: ella con el corazón destrozado y su amiga más que emocionada con un chico. Vaya forma tan deprimente de comenzar el verano. Justo entonces sonó el timbre. Recordó que su mamá había pedi
do la pizza, así que se levantó y con un paso mucho más que lento bajó las escaleras.
-¡Ya voy!-gritó cuando pasó frente a la puerta, y fue hasta el librero, a buscar el dinero bajo la réplica de la Catedral de San Basilio que Alejandro había regalado a su madre, recuerdo de su última gira por Moscú. No pudo evitar hacer una mueca en cuanto la levantó para tomar los billetes; el sujeto no le agradaba mucho, era violinista en la orquesta que solía dirigir su padre y cuando él se largó con la bailarina, Alejandro, solícito y amable, se dispuso a consolar a su madre. Pero bueno, ¿qué podía hacer? A su madre le gustaba y la hacía feliz, así que supuso que con eso debía de darse por bien servida.
Caminó hasta la puerta y con desgana abrió. Cuál fue su sor
presa cuando antes sus ojos encontró al espécimen masculino más bello que jamás hubiera visto: su cabello castaño, esos ojos tan oscuros y brillantes, unos labios rosados, besables y... que le sonreían. Se ruborizó y por instinto bajó la mirada al suelo.
-Hola buenas tardes, yo soy Santiago y vengo de "Rico's Pizzas". Aqui tienes tu pedido: una pizza grande de jamón y peperoni, un refresco de dos litros sabor cola y como promoción unos brownies. ¿Tu orden está correcta?
-Amm... Sí-titubeó Montse.
-Ok entonces son ciento setenta y cuatro pesos.
Montse le entregó torpemente el billete de doscientos, y con una voz apenas audible le dijo:
-Quédate con el cambio.
-Eres muy amable, gracias.
Ella sonrió, y sintió que se derretía algo en su interior cuando él le guiñó un ojo.
-Que tengas buena noche, disfruta de tu pizza-se encaminó a su motocicleta, subió y partió.
Apenas entró Montse a la casa, aventó todo a la mesa y se maldijo.
-¡Ahora va a creer que soy una gorda porque como pizza!-gritó histérica. Corrió a su cuarto y se miró en el espejo. No lucía gorda, y esa noche estaba
arreglada de una manera bastante presentable, por lo que se tranquilizó.
Fue entonces cuando sonrió. Él era guapísimo, ¿lo volvería a ver? Recordaba que el verano pasado un compañero de su clase de contabilidad trabajó de repartidor y todos los viernes lo veía frente a su puerta entregando el pedido. Él explicó que la pizzería, cuando tenía suficientes repartidores, le asignaba a cada uno un par de manzanas a las cuales repartir. Se le encendieron las mejillas y el corazón se le aceleró con la idea de que pudiera volverlo a ver el siguiente viernes. Entonces el timbre comenzó a sonar de nuevo, pero ahora de manera insistente: era Lisa.
(continuará...)

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