domingo, 22 de julio de 2012

Habrase visto: Andy niñereando


Pues así, como Mary Poppins, llego a una casa ajena en dónde me esperan dos pequeñitas a las que tengo que cuidar, o más bien entretener durante cuatro horas. La verdad es que es más fácil de lo que creía el relacionarme con ellas; en un principio como ermitaña que soy pensé que me la pasaría regañándolas y toda enfurruñada pero nah, para nada. De hecho hasta cariño les he tomado. 

Mini tiene seis años, es muy enérgica, parlanchina y juguetona. Vale tiene ocho y como la hermana mayor (aunque son primas, es casi como si lo fueran) es quien guía las actividades y tiene la curiosidad propia de una niña tan inteligente que siempre quiere saber y conocer lo que hay más allá... del parquecito :P Me divierto mucho con ellas, he recordado con mucha alegría mi propia infancia  y he aprendido mucho sobre como batear las bolas que la vida te va pichando, pero sobre todo he aprendido de cierta forma... a ser mamá.
Se me complica a veces que hagan caso, sobre todo cuando llega la hora de regresar del parquecito. Incluso a veces notan que ando un poquito gruñona (tengo que admitir que los viernes llega un momento en que me siento tan cansada como si trabajara ocho horas o más en una maquiladora o yo que sé), pero la verdad es que voy agarrándoles la onda y comienzo a entender la mejor forma de... chantajearlas, para que me escuchen XD Aunque sería más fácil si pudiera darles unas nalgadas cuando se ponen necias, pero pues no, eso no me toca a mi. Además de que es raro que la situación llegue a tal grado.

Siempre había tenido la idea de ser mamá una vez terminados mis estudios (tal vez una licenciatura más), viajaba un buen rato y encontraba un trabajo que nos permitiera vivir con comodidad y dándonos quizá algunos lujitos. Pero despúes de las carrillas que me dio Mini la primera semana que la cuidé empecé a considerarlo muy seriamente. Me tomó por sorpresa, no creí necesitar estar en forma y que debía mejorar mi condición física para poder ser niñera y subir y bajar y subir y bajar y subir y bajar y subir y bajar por el resbaladero, o en el sube y baja en el que yo hacía todo porque ella no alcanzaba a tocar el suelo, o que pretendería que me subiera al pasa manos, cosa que por supuesto, ya no acepté. Una tarde que pasó mi papá a recogerme despúes del trabajo le comenté la cantidad de energía que debía de tener uno para ser mamá o papá y él respondió que esa era una de las ventajas de ser un padre joven, "imagínate, tú tienes 21 y te cansaste con la super correteada que te dio, ahora piensa que sería de un papá que tiene treinta y seis años y su niño de cuatro hace pataletas porque tienen que irse temprano del parque".
Sin embargo fuera de esas cansadas que de pronto me ponen las muy vagas, las adoro, sobre todo cuando nos sentamos a pintar y dibujar o hacen sus locuras en los columpios. Y es que son niñas y como a todo pequeñito uno va tomándoles cariño poquito a poco. Y ha sido una experiencia increible, he aprendido muchísimo de ellas y con ellas y de igual forma espero dejar un poquito de mi, aunque sea un recuerdo agradable en sus memorias: que cuando llegue la próxima niñera le enseñen a hacer cartitas inflables, le hagan un dibujo incluyendo las florecitas extrañas que hice en una ocasión y pidieron que les dijera como hacerlas y que le cuenten a sus amiguitos que su ñiñera Andy cantaba bien bonito (pero bueno, ellas son unas hermosas y dicen que todo lo que yo hago lo hago muy bonito). ¡Son unas preciosas! Y se escuchan rete bonito cuando cantan juntas "esta vida sin ti no es nada, esta vida si tú no estás..." jejeje.

Pero pues sí, al menos una vez al día (bueno, los viernes dos o tres) pienso muy seriamente en si debería sacrificar un poquito de ese tiempo que pensaba destinar a viajar y dedicarlo mejor a ser mamá. Así tanto mi hijito o hijita y yo disfrutaríamos de correr y brincar y resbalarnos y... ajá. Pero bueno, el tango se baila de a dos y a estas alturas ya me he quedado sin prospecto de padre para mis hijos. Obviamente queda la idea de ser madre soltera, un papel tan respetable y admirable que sin embargo dudo que mis papás estuvieran del todo de acuerdo jajaja, sobre todo cuando quisiera salir a tomarme un café con mis amigas, ya los veo diciéndome que no, como que yo disfrutando y ellos criando, "¡no seño...ra!". Además, de un tiempo para acá me había planteado incluso la posibilidad de tomarme los primeros años de vida de mis hijos libres de trabajo para evitar precisamente eso, que los abuelos y/o la televisión los criara. Pero bueno, suena algo complicado, sobre todo si pensara en tener dos (digo, suponiendo que fuera hasta que el segundo cumpliera tres años, y es una diferencia de edad con el primero de dos... blablabla, sería más sencillo si tuviera gemelas  jajaja XD). Pero nah, para eso falta rato y mientras habrá que gozar las cosas conforme van llegando.

Aunque... podría fijense. Y el día que mis hijas me pregunten "mamá, ¿quien es nuestro papá?" suspiraría con resignación, diría "sabía que este día llegaría", encendería el DVD y pondría una película... la de "Capitán América". "Ahí está, ese es su padre" 
Jajaja ;D


martes, 17 de julio de 2012

Crónicas del autobús



Hace algunas semanas mientras viajaba en el autobús que me lleva a casa fui testigo de una escena bastante... peculiar.

Es bien sabido que los asientos de adelante del camión están reservados para personas con alguna discapacidad, para ancianitos o mujeres embarazadas, sin embargo la gente no tiende a respetar esos lugares. Y eso pasó cuando se subió una señora con una pequeñita; sentó a la niña en el primer lugar al lado de un viejecito y ella se colocó en el asiento de atrás. Era una niña muy bonita de unos seis años, de hermosos ojos azules y cabello oscuro. Su madre lucía basante impaciente, probablemente ya iban tarde a donde sea que debían llegar.

Varias paradas más adelante se subió una señora bastante mayor cargando con algunas bolsas de mandado. Tuvo que recorrer el pasillo haciendo malabares y tratando de mantener el equilibro; me puse en pie, le ofrecí el lugar y le ayudé a acomodar las bolsas en su regaso y otras en el suelo. Ella agradeció y con una sonrisa le contesté que no era nada. El único asiento libre que quedaba estaba hasta el fondo del autobús pero preferí quedarme de pie. 

Iba más o menos a la mitad del vehículo y escuché perfectamente cuando el señor del primer asiento le preguntó a la niña:
-¿De qué estás malita tú? Yo tengo esta pierna lisiada así que me cuesta algo caminar, aunque ya le voy agarrando el modo-le guiñó un ojo-¿Qué hay de ti?
-Pues yo no... 
-Anda muy débil y se cansa muy pronto-contestó rápido su mamá-, el doctor dijo que si seguía así teníamos que hacerle estudios.
El hombre asintió, comprensivo de la situación.
-Pues esperemos que no sea nada, que triste sería que una criaturita tan bonita sufriera algo de gravedad-y le tocó la cabeza.
-Pero es que yo no tengo nada malo, a mi no me pasa nada-se apuró a desmentir ella, con la inocencia de un pequeñito al que se le ha enseñado que mentir es malo.
-Sí, acuérdate como te sentías esta mañana.
La niña miró a su madre, desconcertada. 

El hombre sacó un pañuelo del bolsillo de su camisa, se enjugó la frente y luego miró a la señora y le dijo:
-Hay una frase... "los niños y los borrachos siempre dicen la verdad". ¿La ha escuchado?
La mujer pareció sorprendida, pero no contestó.
-¿Está usted borracha? Porque queda claro que ella es una niña-agregó con una sonrisa.
La pequeña miraba a uno y luego a la otra sin terminar de comprender que estaba sucediendo.

El camión volvió a parar y más gente subió. La señora se puso en pie, tomó a la niña de la mano y la jaló hasta el fondo. Ahí se sentó y subió a la niña sobre sus piernas.

La verdad no pude evitar sonreír maliciosamente y mirar al avispado viejito. Él respondió a mi sonrisa y acto seguido le gritó al chavalito que estaba cuatro asientos detrás de él.
-¿Y tú que tienes? ¿También tienes las piernas débiles, o nada más se te murió la caballerosidad?

Entonces sí, no pude evitarlo y solté a reír a carcajadas.


jueves, 5 de julio de 2012

Yo no tiendo a filosofar...

Es que ese no es mi estilo: las palabras rebuscadas, las frases demasiado pensadas... o para pensar,  los párrafos llenos de profundidad e ideas y significados escondidos. Es que mi vida no es así, no hay nada que pudiera inspirar inspiraciones tan filosofantes; lo más extraordinario por lo que pasé fue ese amorcillo tan increíble como imposible, y eso, como conté antes, me resulta casi imposible plasmarlo con letras.

Muero de ganas porque mi vida pase a otro nivel, por llevarla más allá de lo que pudiera yo imaginar, de... ser realmente feliz. Hasta ganas me dan de salir y buscarme una aventurilla, hacer algo de lo que nadie me creería capaz, sorprenderlos o decepcionarlos, lo que sea que pudiera evocar algo de la vieja inspiración que me inundaba.

Sí, tengo ganas de portarme mal. Porque el hecho de que crean que no soy así no significa que realmente no sea así. Es decir, yo no soy lo que todos creen.

Yo no tiendo a filosofar simplemente porque si lo hiciera, revelaría demasiado sobre mi persona... y eso les toca a ustedes descubrirlo.