lunes, 12 de marzo de 2012

¿Qué tiene ella que no tenga yo?



-¿Qué tiene ella que no tenga yo?

Él despegó la vista de su taza de café para enfrentarse a los cándidos ojos castaños que lo miraban con seriedad. Sin embargo ella notó lo irritable que le parecía la pregunta y de inmediato ocultó su rostro entre sus manos.

-¿Por qué sigues con esto?

-Es que quiero saber… porque ella y no yo.

Resopló, exasperado, y echándose hacia atrás en la silla argumentó:

-Déjalo ya ¿quieres? Creí que habías dicho que querías aclarar algunas cosas y por eso me citaste aquí.

-Ajá. Y no me has aclarado nada. ¿Por qué…

-Escucha-la interrumpió.

Sus miradas se encontraron nuevamente y esta vez nadie cedió. Él sonrió y  estiró su brazo sobre la mesa para alcanzar la mano de ella. La luz que entraba por el enorme ventanal daba al lugar un aire de intimidad, como si el tiempo se hubiese detenido para ellos. Estaban solos en el café así que dejó que las lágrimas inundaran sus ojos y sus labios se torcieran en un gesto de amargura infinita; probablemente jamás volviera a verlo sonreír para ella.

-Escucha, te quiero-le dijo él.

-Pero no más que a…

-No-cerró sus ojos y negó suavemente con la cabeza, pero no dejó de sonreír-. No, pero te quiero, y eso está bien ¿no?

-Pero no me quieres como yo te quiero, ¿esperas que me conforme con eso?

Quiso enjugar sus lágrimas, pero ella no lo dejó. Con brusquedad apartó su mano y tomando una servilleta secó las gotitas cristalinas que bajaban por sus mejillas y el caminito que estas iban dejando.

Un tanto decepcionado se puso en pie. Sacó su billetera y rebuscó entre los pocos billetes que le quedaban.

-Por favor, no-dijo ella-el café es cortesía de la casa.

Se acercó a la muchacha llorosa, tomó su rostro y delicadamente posó sus labios sobre una de las lagrimitas, besándola.

-Te quiero preciosa.

-Te amo.

Se encaminó hacia la puerta, pero ella, con voz animada e incluso un tanto desafiante, le gritó:

-¿Entonces qué? ¿En verdad no me vas a decir que tiene de especial?

Derrotado, miró hacia el ventanal, perdiéndose su mirada en el rojo cielo del atardecer. Sus ojos brillaron intensamente con el sólo recuerdo de su amada y después de un profundo suspiro dijo:

-Es… simplemente maravillosa: es hermosa, con su enorme sonrisa contagiosa y su humor simple que a pesar de que muchas veces no lo entiendo, me es imposible no reír. Es inteligente… cuando quiere, porque le gusta dárselas de ingenua, hacerse la inexperta para que los demás la ayuden e incluso logra que hagan las cosas por ella. Sus caricias, esas que me prodiga cuando tengo un mal día y que logran borrar toda pena de mi mente, cuerpo y corazón. Y su facilidad para hacer amigos me sorprende cada día más. Ella es tan… grandiosa. Todo eso es lo que tiene que te hace falta a ti.

Una suave carcajada lo regresó de su mundo lleno de corazones y terriblemente molesto miró a la chica que le hacía compañía.

-Eso no es verdad-le espetó ella con una cruel y pícara sonrisa-dices todas esas cosas porque estás enamorado.

-¿De qué hablas?

-¿Cómo sabes que todo eso no lo tengo yo? ¿Cómo sabes… que no soy mejor?

Sintió mariposas revolotearle en el estómago y por primera vez la punzada de la duda o quizás del miedo a haberse equivocado le incomodaron terriblemente, al punto, de hacerlo sudar.

-Yo te conozco-dijo, aunque ya no estaba seguro.

-No, tú creías conocerme. Pero ni siquiera para eso te diste el tiempo. Y ahora vete-se puso en pie y con paso firme caminó hasta la puerta para abrirla. Con pasos lentos, él salió-. Confío en que no vayas a olvidar mis palabras.

-Perdona por no conocerte lo suficiente.

-No, eso no. Sobre que te amo-y sin más, le cerró la puerta. La del café y la de su corazón.


-o-o-o-o-o-o-


Espero con todo mi corazón en un futuro ver reproducida este escena en la vida real. En MI vida real.



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