Cada vez que me decías hola yo te saludaba con un “no sabes lo feliz que me hace verte”, aunque en silencio.
Cada vez que me
preguntabas “¿Cómo estás?” tenía que hacer acopio de todas mis fuerzas para no
complementar el “Bien” con un “pero ahora que estoy contigo, mucho mejor”.
Cada vez que me
decías que estabas triste, te sentías enfermo o adolorido, yo contestaba “espero
que te sientas mucho mejor” y en el fondo lamentaba terriblemente el no poder
estar contigo para reconfortarte.
Cuando me
contabas que andarías de viaje, me decías que tenías reunión con tus amigos e
incluso en las mañanas al despertar, pedía a dios que te cuidara, que nunca te
dejara solo y que sobre todo, esa noche al llegar a tu casa (con bien) y que yo
te preguntara “¿cómo estás?” contestaras seguro y de inmediato “¡Excelente!”
Pero sobre todo,
pedía porque siempre fueras feliz.
Y por eso
aquella tarde cuando me contaste que tu nueva novia te hacía muy feliz… le pedí
a dios por ella, su bienestar y el de su familia y demás seres queridos, para
que siempre estuviera feliz y pudiera seguir haciéndote feliz.
La última vez que
nos vimos cruzamos las palabras de siempre, el abrazo de saludo y a tu “hasta
luego” de despedida yo contesté con un “Adiós”. Y apenas nos íbamos alejando
susurré un “te quiero”, y giraste y preguntaste que había dicho. Sonreí y
repetí: “adiós”. Y me entristecí, porque mis palabras se quedaron en el aire y
aun no sé si fue porque no quisiste quedártelas o porque no lograste
atraparlas.
-o-o-o-o-o-o-
Y así comienza mi semana, llena de sentimentalismo y cursilerías. Sí, sobre todo cursilerías jeje.
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