Me abrazó fuertemente, y sentir su cuerpo junto al mío debajo de las sábanas me reconfortó. Sonreí.
-¿Cómo te ves dentro de unos... diez años?-me preguntó.
Lo pensé durante unos segundos.
-No estoy muy segura.
-Bueno, ¿que te gustaría estar haciendo? ¿Qué sueñas al respecto?
-Mmm, quisiera tener un buen puesto ya fijo en una compañía internacional. ¡No! Mejor tener mi propio negocio, y haber terminado de escribir al menos un libro que este listo para ser mandado a una editorial. Vivir en una casa grande con un jardinsote y un patio grandote en el que pueda correr agusto mi perro pastor alemán, y pueda jugar con mis hijos. Quiero que sean dos, un niño y una niña. O bueno, tal vez nada más la niña, y la mandaría a clases de ballet y le leería cuentos por la noche antes de dormir y los domingos por la mañana prepararíamos hotcakes. Y también quiero tener un gato, no sé porque, pero quiero-solté una leve carcajadita que hizo eco en la oscura habitación
Pero él se mantuvo en silencio. Callé y sentí el rubor subir a mis mejillas; me sentí tan infantil, ¿por qué a veces tenía la impresión de que mis comentarios eran tan infantiles?
-Lo sé, son niñerías-solté para tratar de remediar la situación.
Él me apretó más fuerte contra su pecho y me besó la cabeza, hundiendo sus labios en mi cabello y aspirando su perfumado olor. Suspiró.
-¿Pasa algo?-le pregunté.
-No.
Silencio. Profundo, pesado y asfixiante silencio.
-Yo solía soñar lo mismo cuando tenía tu edad-dijo con un murmullo cargado de pesar
Me giré y lo miré, y noté que su mente estaba perdida allá años atrás. Metí mis dedos entre su cabello en el que comenzaban a asomarse unas escasas hebritas blancas.
-¿Y qué pasó?
Sus ojos se fijaron en los míos.
-Creí que eran niñerías y las dejé pasar.
Frunció el ceño, cerró los ojos y acomodó la cabeza en mi pecho. Lo abracé con fuerza.
-Vamos a dormir-le dije-dormir y soñar.
-Sí-respondió-sobre todo soñar. Nunca dejes de soñar.
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