Desde hace rato quiero contarles esta pequeña anécdota, algo que me sucedió en el restaurante en dónde trabajo, pero nunca me daba el tiempo (o tenía la inspiración suficiente) para hacerlo. Sin embargo, como hoy ganaron mis Pats ( ♥ ) y eso me pone de buenas, pues aquí va.
Hace varios años ya, una mañana que esperaba el camión para ir a la escuela, entablé conversación con un señor que se encontraba en la parada. Bueno, en realidad fue él quien me sacó plática, después de percatarse del mega coraje que pasé al darme cuenta de que, por cuestión de segunditos (es en serio, ¡pataleo cada vez que lo recuerdo!) no alcancé ni el Ruta 2 ni el Circunvalación 2. Era un hombre alto, como de treinta y tantos años, con bigote bien recortado, de cabello lacio hasta los hombros, moreno y con una pequeña cicatriz en la mejilla izquierda, eso lo recuerdo perfectamente.
Comenzó preguntando si iba a la escuela y si mi gusto por la lectura me facilitaba los estudios. Fue cuando noté que todavía llevaba el libro en turno (ni recuerdo cuál era) apretado fuertemente contra el pecho, medida que había tomado para evitar que se cayera el serparador al correr para alcanzar el camión. Había varias personas más en la parada con nosotros, pero de la que más me acuerdo es de una señora con una playera rosita y pantalonera gris que hacía como que no nos miraba pero bien que paraba oreja. Después de mi tímida respuesta el sujeto comentó que aunque no había leído muchos libros a lo largo de su vida, hacía poco tiempo que había descubierto su gusto por este habito, y que todo fue gracias a que su hija mayor le había hecho leer "Harry Potter".
-Y me gustó fijese, me gustó mucho, y ya hasta le compré el siguiente, el cinco. Yo todavía voy en el cuarto, pero ya lo llevo como por la mitad. Me he de ver así bien tontillo ¿no? Porque estoy bien viejote pero leo libros para niños-me dijo y se soltó riendo.
Solté una risita y le dije que para nada, que cuando se trataba de literatura todo se valía.
Volvió a reír y a continuación me dio las gracias, porque al menos ya se sentía menos mal. Guardamos silencio un momento, en lo que pasaban dos Ruta 1, seguiditos los muy cabrones, ¡digo! malditos, y al ratito agregó:
-Estoy haciendo la carrera.
Lo miré sorprendida, por lo repentino que surgió el comentario, más que por el contenido de tal.
-¿Ah sí? ¿Qué estudia?
-Es una ingeniería, en mantenimiento industrial (o algo así, si mal no recuerdo). En la UTCH.
Y comenzó a platicarme lo dificil que fue al inicio habituarse a la rutina de ir al trabajo por la mañana, por la tarde a la escuela, y pasar las noches estudiando para los exámenes. Porque quería salir bien, sacar buenas calificaciones y dar un buen ejemplo a sus hijas. Lo que dijo después lo tengo bien bien presente hasta el día de hoy:
-Porque son cosas que uno como papá hace más que nada por sus hijos, para poder darles un mejor futuro al obtener trabajos mejor pagados. Pero también lo hago porque quiero que sepan que si yo puedo, a mis muchos años de vida y con tantas otras obligaciones, ellas también pueden lograrlo, con sus cerebros jóvenes y dedicándose de lleno a sus estudios, porque ahí va a estar su papá siempre para apoyarlas y darles todo lo que les haga falta.
Al poco tiempo llegó el camión de la maquila en la que él trabajaba, así que se despidió y se fue. Pero los siguiente días pudimos seguir con nuestras charlas, que casi siempre iban sobre la escuela, los maestros groseros y que no sabían nada del mundo laboral real porque habían pasado toda su vida solamente dando clases, y sobre los libros y las películas de Harry Potter. Hasta que un día ya no lo volví a ver. Las clases estaban por terminar, eran las últimas y en varias materias ya habíamos terminado el temario, por lo que ya no era necesario asistir; comencé a entrar más tarde así que ni por asomo volví a saber de él.
Hasta hace dos meses.
Al restaurante en el que trabajo, a la hora de comida van muchas personas que trabajan por ahí cerca. La mayoría son ya clientes asiduos, y entre ellos está un grupito de cinco señores que laboran en una maquila ubicada a unos poquitos metros. Pero un día ese grupito llegó con un nuevo miembro. Tuve que recibirlos y entregarles los menús, y mientras lo hacía uno de los caballeros entabló conversación conmigo. Preguntó cosas sobre el trabajo y en qué época del año teníamos más gente, y entonces uno de ellos comentó:
-Ya sé que venimos casi todos los días, pero hoy es especial, hoy venimos para darle la bienvenida al inge-dijo señalando a un hombre sentado a la cabecera de la mesa-, acaba de llegar a la planta y ya ha hecho maravillas-yo sonreí y él agregó-¡de verdad! Gracias a él el jefe nos dio veinte minutos más para comer-todos rieron.
Entonces miré al hombre nuevo, al "inge", y lo primero que noté fue la cicatriz en su mejilla izquierda. Y fue como volver a verlo en la parada del camión, pero con el cabello corto y más arrugas en su rostro. Fue... raro, y yo creo que me le quedé viendo demasiado tiempo porque de pronto él me vio raro. O tal vez me reconoció. No sé. Pero entonces tuve la certeza de que sí, era él, y que sí, lo había logrado: ya era Ingeniero.
Cuando llegó el mesero a atenderlos y yo me retiré a la caja no podía dejar de sonreír. Era un sentimiento raro, como de... raro, es que de verdad no puedo describirlo.
Ya cuando el grupo se retiró, le comenté al mesero:
-El señor que estaba sentado aquí en frente, en la cabecera, a él yo lo conocí hace varios años, cuando apenas estaba estudiando su ingeniería.
Y no pude evitar sentir una especie de orgullo ajeno, jajajaja.